lunes, 5 de septiembre de 2011

El Muro calla

50 años construcción del Muro de Berlín

Hace 50 años - el 13 de agosto de 1961 - el gobierno en Berlín Oriental comenzó la construcción de la "valla de protección antifascista". Sobre las circunstancias políticas se ha escrito mucho. Pero que fue lo que la gran reclusión obró en las personas en la RDA? Suposiciones de un interno.

Desde el Este se veía el muro solo excepcionalmente; a los internos una franja ancha limítrofe nos mantuvo alejados. En Berlín Occidental se podía escalar a esos puestos en altura, y entonces se veía lo que era visible de él. Algunos lo miraban por largo tiempo, porque tenían la sensación clara de ver algo que no era entendible. Qué era lo que esta brecha del ancho de un dique encerraba? Lo recluido quedaba invisible. Como si se hubiera construido una represa en medio del desierto.

El Muro se construyó para contener a una corriente de refugiados, pero la corriente ya no era visible.  Las masas de refugiados no estaban paradas frente a él con sus maletas hechas; hubiera sido una fila ancha alrededor de todo Berlín Occidental. De ello no se veía nada, cuando una estaba de centinela en estos puestos en altura. El país estaba postrado en calma, en alguna distancia de veían personas que sin prestar atención al muro caminaban sus caminos.

"Es un campamento de delincuentes?" podía haber preguntado un turista no informado a alguien de Berlín Occidental. Pero no, de ninguna manera, podría haberse contestado: ahí se vivía en total normalidad, habían matrimonios y defunciones, ahí se engendraban y criaban niños. Si bien allá no existía todo a lo que acá hace rato se estaba acostumbrado; no había Coca-Cola, y pocas veces plátanos. Si bien allá no se podía viajar adonde uno quisiera. "Pero allá igual se puede vivir, algunas cosas incluso son mejores: Las guarderías infantiles, no hay cesantes, los arriendos son baratos … Claro que sería mortal, pasar corriendo por acá, pero en serio: Ud. haría eso? Quien está en sus cabales, ni lo intenta … " El extranjero ahora está de acuerdo, pero aún no comprende porque uno arriesga su vida por plátanos y Coca-Cola.

De la normalidad de la vida se veía poco, desde estos puestos en alto. Era una normalidad que no solo necesitaba el encierro hacia afuera, sino también  el cese de movimiento interno, para no transitar espontáneamente hacia algo diferente.  Ni se veía el gran anhelo de cruzar la línea, ni esa gran inmovilización con ayuda de esta institución camuflada de servicio secreto proliferante a través de los años, que se llamaba Seguridad Estatal (Stasi).

Este muro nos envolvía en futilidad. Nos excluía de todo lo posible, pero sobre todo de nosotros mismos. La normalidad detrás del muro era una vida excluida de si misma, excluida de anhelos humanos, que eran tan esenciales, que uno se disponía a abandonar a todo lo que tenía allá. Que uno hasta arriesgaba su vida por ello. Tan potente como estos anhelos debía ser la represa. Aquí está la equivalencia con las masas de agua, y aquí está la razón porque ni entonces ni ahora se puede reconocer el muro con solo mirarlo.

Una vida excluida de si misma? Quiere decir por ejemplo esto: si uno debe considerar casarse lo antes posible, para poder postular como ciudadano casado lo antes posible para una habitación propia, que por otra vía que por la dirección estatal habitacional no es alcanzable y a la que uno también como casado tendrá poca esperanza mientras no tiene hijos. Por lo que uno entonces engendra niños con la prematuramente desposada, para estar en un lapso esperable digno de la asignación de una habitación. Estas son consideraciones de planificación de vida absolutamente indignas para un humano libre. Es el proyecto de vida de un interno. Para conseguirse una vivienda aún muy precaria hacen falta no solo materiales y herramientas, sino sobre todo diversos permisos, porque cualquier tipo de iniciativa se ve como "insolencia" por lo menos con sospecha, aunque por lo general se suprime desde el inicio por flojera estatal.

Si además uno está expuesto a obstáculos estatales considerables en casi todos los campos profesionales , pero sobre todo en la economía - también la agronomía -, la educación, la manufactura, los artes, la jurisprudencia y la política, si entonces uno ni en lo profesional ni en lo privado trata con estándares que serían los normales en el lugar y en el tiempo, que formarían en condiciones sin muro las coordenadas de la vida propia, entonces es evidente que uno ve la vida con muro solo en condicional como vida propia.

Entonces uno está excluido no solo de los familiares occidentales, de París, Venecia y los Alpes, sino en cierta manera de si mismo. Entonces la limitación estatal de ninguna manera trata solo del abastecimiento de materiales de construcción y de cítricos, sino en el sentido humanista es existencial. Así entonces las ganas de vivir sufrían considerablemente, la tasa de suicidios era alta. Y en los 28 años intramuros el pueblo internado probablemente se hubiese diezmado aún mucho más, si no del lado estatal se hubiera dispuesto de ese apremio habitacional para la reproducción. En el libro sobre su tiempo en un campamento de prisioneros francés después del inicio de la Segunda Guerra Mundial Lion Feuchtwanger describió de manera ejemplar como el Mal puede nacer desde la mera negligencia. En este sentido de hecho vivíamos en el "reino del mal", porque el abandono del mundo de humanos y cosas así como de la naturaleza se había vuelto sistemático.

La atmósfera de negligencia generalizada, como la describían muchos visitantes occidentales, se sentía en la falta de amabilidad de los órganos estatales y los garzones, el estado ruin visible de las aldeas, las industrias, las calles urbanas y las plazas públicas. Nosotros los internos de la RDA nos habíamos eventualmente acostumbrado, habíamos internalizado esta atmósfera de abandono, y transformado en resignación general, en la frase: "privado viene antes de catástrofe", en una actitud desilusionada hasta amargada, en un odio hacia nosotros mismos, con sonrisa clemente.

Negligencia frente a las habitaciones que por falta de dinero o de materiales decaían o se reparaban precariamente, dejación de las industrias, que tenían que seguir a una doctrina económica errada, de la educación, de las ciencias y los artes, que solo tenían permiso de existir mientras se rendían ante el mandato ideológico del partido de estado. Negligencia ante la naturaleza: conservación ecológica casi no tuvo lugar y no se discutía públicamente.  Abandono de la voluntad humana hacia la perfección, que se enfrentaba una y otra vez al rechazo imberbe de los encargados, hasta que se paralizaba o se transformaba en su contrario. Una manera generalizada de este autoparálisis, siempre con tendencia a la autodestrucción, era el consumo excesivo de alcohol. De parte del estado no se le ponía freno, el licor quedaba a través de los años tan barato como el pan mezclado y el azúcar. Extraña, o más bien lógicamente, nunca fue mercancía escasa.

El muro amenazaba cuerpo y vida; al cuerpo por lo menos se podía salvar. Nadie sabía ese 13 de agosto de 1961 que la reclusión perduraría por años y décadas, y que uno debía arreglárselas con ella de por vida. Esta certeza se infiltraba muy paulatinamente, y nos tocaba a todos por igual. Muy de a poco desde el muro se infiltraba la humillación hacia el país, y nos cambiaba imperceptiblemente.

Después del 13 de agosto 1961 proyectos de vida perdían vigencia, identidades se cuestionaban, relaciones perdían su base, hubo que redefinirse como individuo trasmuro. En el primer tiempo, los sesenta, se generó de ello una mentalidad de campamento, creció un NOSOTROS, una pertenencia a la comunidad de destino, que contenía y reafirmaba mutuamente - tanto más, como conexiones, deseos, proyecciones vitales originales se habían interrumpido.

Desarrollamos estrategias de supervivencia y construimos muros de contención dentro de nosotros mismos. También contra la palabra "muro". Nadie de nosotros sabe decir como la propia vida, porqué debía encontrarse ahí, se transformó en lo que ahora es.  Nadie puede ex post separar estas circunstancias especiales de la vida propia, ni sabría decir que hubiese sido de la vida propia en circunstancias diferentes. También desde la posterioridad se la ve como la vida propia y se la defiende, porque uno solo tiene esta una. Hicimos lo que pudimos, se dice entonces. Pero justo esto no lo hicimos. Hubiésemos podido muy diferente! En esta sociedad supuestamente tan progresiva realizábamos una regresión con nosotros mismos, porque a la larga no se podía soportar transitar en esta zona especial como europeo adulto e ilustrado. Símbolo de este país transformado en campamento es la baraca, el estándar mínimo.  Faltaban cosas diversas en la economía de carencia. Lo que faltaba sobre todo era libertad, en el sentido clásico de la filosofía alemana, como oportunidad de hacer lo necesario y posible. En este país nunca se trataba de hacer lo humanamente posible, sino que de una suerte de abastecimiento básico en todos los niveles. Una vez que uno estaba acostumbrado, el muro ya no amenazaba la vida, sino a lo más molestaba. Por ejemplo como limitación para viajar.

Aún cuanto haya resultado vivir relativamente  bien en la RDA: tras este muro, tras esta franja de muerte desde el Mar Báltico hasta la Selva de Franconia, nada imprevisto debía pasar, menos debía desarrollarse algo, entonces ahí no se debía vivir, sino existir. Esencial no es que uno podía aguantar la vida ahí después de acostumbrarse por años. Esencial es que era un campamento que con los años se veía como patria, porque crecían árboles y nacían niños. Y porque el sol brillaba. El muro rodeaba una gran mentira, circunstancias, de las que se afirmaba que eran progresivas, para encubrir su regresividad. "Progreso!" estaba escrito en las pancartas omnipresentes, nadie les prestaba atención, nadie se tomaba la molestia de desmontarlas antes de que estuvieran completamente lavadas y habían así arribado a su verdad real. Nuestras circunstancias fueron históricamente no verídicas.   Debíamos recaer detrás de nuestra ilustración y volver a aprender a creer, en la doctrina de salvación comunista, en lugar de servirnos de nuestra razón. El muro nos separaba del desarrollo histórico intelectual, en el que en el fondo nos encontrábamos, por ello la conversación pública estaba sometida a fuerte censura. El muro también era una barricada contra el viento de la historia, contra el tiempo en que vivíamos, nos excluía de nuestra contemporaneidad y debía hacernos caer fuera de la historia. Lo que no resultó completamente, pero sí dejó huellas notorias.

"Aquí engaña todo, menos la apariencia", se dice que dijo el compositor Hans Eisler después de su retorno del exilio hacia la RDA. Esto se llamaba República, pero no lo era, se llamaba Democracia, se llamaba Parlamento. Partidos, se llamaban, y Elecciones. Se llamaba Escuela y Universidad, se llamaba Academia y Teatro, se llamaba Trabajo y Habitación y Restaurante, y en realidad era solo un hacer-como-si-lo-fuera. Nuestras tiendas y hostales se llamaban oficialmente "institución abastecedora", restaurantes solo existían para salvar una apariencia civil, pero al mirarlos de cerca se revelaban como algo cercano a ollas comunes.

Lo provisorio de estos años de paz dentro de la guerra fría se podía tocar en todas partes con las manos. Habitantes de un país ocupado con autoabastecimiento se mantenían tras este muro vivos bajo observación.  Experimento socialismo? Este experimento solo disfrazaba nuestro mantenernos vivos en estancamiento. Y tampoco "fracasó" en la RDA, como después muchas veces se decía. Nunca le fue permitido vivir ahí. Tan pronto algo empezaba a vivir y desarrollar dinámica propia, venían los rusos y lo apagaban a pisotadas.

Aún existe gente que cree haber entendido el muro al saber cuántos años duró, cuan alto fue, como estaban estructuradas las instalaciones, cuantas personas de qué manera lo superaron, fueron detenidos, o murieron. Todo esto ya se ha descrito y documentado cien veces. Pero lo que vemos ahí son los bordes filudos de un fenómeno que quedó ampliamente invisible, desde afuera como desde adentro.

El muro calla. De poco sirve coleccionar sus restos de hormigón o cartografiarlo. Romper su silencio solo puede quien logra hacer hablar los que enmudecieron tras él. Pero como hacer visibles procesos internos que tardaron décadas, y que para los que se resignaron, que estaban afectados por esta transformación interna, menos podían ser percibidos?

Y como se podría transmitir estos procesos hoy a aquellos que vienen desde lejos a Berlín y quieren ver "The Wall"? Visible es que el muro fue una limitación para viajar. Un campamento de prisioneros también es una " limitación para viajar", pero lo que significa vivir en él no se define suficientemente con esta expresión, más bien suena a burla.

Desde los puestos en altura turísticos se veía del muro solo que podía ser mortal el intento de superarlo. Que podía costar la vida, aguantar detrás de él, no se veía. En sus audaces actos de desesperación, los humanos que morían en el muro variaban una misma frase: arriesgo mi vida para ganar mi vida. Ahora se calcula su número como si la cifra fuera una prueba del terror de la construcción. Ellos son, como la construcción misma, solo una seña de lo terrible que ella rodeaba. Seña de una internidad terrible, donde había suficiente comida, trabajo seguro, donde uno de algún modo estaba habitando y recibía atención médica, y que estaba abierta hacia arriba, o sea provista con aire en abundancia - y donde sin embargo se podía estar cerca de la asfixia, hasta que le nacía el impulso pánico de escapar como de una pesadilla.

(traducido de: Die Mauer schweigt, por  Martin Ahrends, en Die Zeit,10.08.2011)
http://mobil.zeit.de/2011/32/Mauerbau

No hay comentarios:

Publicar un comentario